Miserables

Observo a mi alrededor por si encuentro a alguien que me pueda socorrer, pero siento que todos son tan miserables como yo y están lejos, demasiado lejos. No veo la salida y esta luz va perdiendo intensidad.

Dicen que todos nacemos iguales y nuestra esencia, lo es. Sin embargo, bajo el brazo, a cada uno le encajan lo que se supone que le ha de diferenciar. El llanto es el mismo, pero no a todos nos lo calman del mismo modo. Y cuando uno de los panes es el de la miseria, aunque tú no la pidas, si te acostumbras a cargar con ella, es posible que nunca la sueltes.

Hace años que me siento solo. Y no importa el lugar, ni la cantidad de gente que me acompañe. Aquí, muy adentro, estoy vacío. Es un dolor extraño, porque presiento que nadie más lo nota.

Bien es cierto que, con el paso de los años, he aprendido a disimular mis múltiples carencias, aunque haya gente que por mi aspecto me mire con asco o me trate con dureza. Podría recordar, incluso, algún intento de agresión. Pero hace mucho tiempo que lo asumí como parte de lo que soy,  y no lo acepto, pero lo espero, como quien espera mojarse bajo la lluvia porque se ha negado a llevar paraguas el día que pronosticaron tormenta.

Este dolor se ha volcado en mi pecho y me empieza a faltar el aire. Miro por la ventana y lo busco. Cierro los ojos y lo intento imaginar.

Me llamo Javier y tengo una familia. Dos hijas preciosas, como dos extrañas. Y una mujer, pero no compañera. Me doy cuenta de lo poco que las conozco y me duele, pero es que salir cada día a buscarse la vida no es fácil. Son demasiadas horas soportando a toda clase de personas, dificultades, críticas y un sinfín de problemas; todo ello para darles una vida lo más digna posible y que no les falte de nada. Pero a mí me falta tiempo, tiempo para estar con ellas. Sacrificio lo llamaba mi padre, y yo en algún momento lo asumí.

Intento por todos los medios que mis niñas no sufran también esta miseria y por eso he luchado, para darles aquello que un día creí que era lo mejor. Sin duda no contaba con esta agonía moral repentina. Con esta lucha interna que ha llegado en mal momento. Porque, en verdad, no les he podido dar nada. Y ahora, son tan pobres, tan miserables como yo.

Me reconozco en su manera de afrontar la vida. Estoy seguro que ellas se reflejan en cada uno de mis pasos y sumisas, y prácticamente ciegas, me han seguido.

Y ahora no hay alivio. La mente, mis pensamientos y su recuerdo no me ayudan. El aire se va y esta presión es insostenible. Vuelvo a mirar a mi lado, pero todo me parece irreal. ¿Hacia dónde me dirijo?

En el fondo, este carácter nunca me ha sido de gran ayuda. Me califican de prepotente y es verdad. Pero cuando tienes tan poco que ofrecer, las malas cualidades te llevan de la mano y acabas por asumir lo que no debes.

Yo también he vivido con ilusiones y he trabajado muy duro por hacerlas realidad. Pero ese trabajo se hace por caminos duros, inseguros, pedregosos, y a veces hay que mancharse un poco las manos. Sin embargo yo lo hice todo al revés, el día en el que alguien me señaló por dónde se abrían las puertas. Y las manos me las manché, claro que las manché.

Quizás por eso es que hoy tengo este aspecto, estas ojeras, esta ansiedad que me va consumiendo por dentro. Y ahora el aire…

Quiero poder gritar y abro mucho los ojos pensando en que alguien los entienda. Pero ni siquiera me miran. Aquí la distancia es grande, y aunque yo no lo reciba, el aire abunda para que nadie me lo quite.

Quiero tener algo más que decir.

El corazón ya no aguanta esta presión. Me hundo en la piel de este gran asiento y pienso, agotado, que tal vez así está bien. El caviar de primera clase me está intoxicando y pedí tanta soledad que también voy a morir solo. 

¿Quién es el dueño de las segundas oportunidades?, quise gritar.

Bajo el brazo, esta vez no me llevo nada.

*Desde hace varios años, España está siendo asolada por una epidemia de miseria moral y falta de humanidad en la clase política. Nos ha gobernado gente sin escrúpulos y desconocemos si existe alguien arrepentido o con la voluntad de hacerlo. Lo real es el hambre, el paro y los derechos que van menguando día a día. Por nosotros, pero sobre todo por quienes no pueden, debemos frenar y decir basta, basta ya.

*Ningún político ha sido maltratado durante la redacción de este relato.